“Chicharras”, de Luna Marán: cine en comunalidad

¿Ya podríamos pensar en un cine de las comunidades indígenas de ambición espectacular, que involucre una cantidad importante de artistas y colectivos, que quiera mostrarse como un espectáculo festivo, además de un ejercicio de representación y visibilidad? Chicharras, la próxima película de Luna Marán, parece acercarse a esto. 

 

Chicharras cuenta con 120 actores, muchos de ellos debutantes en el cine; músicos zapotecos, mixes, mixtecos y triquis, la comunidad de Guelatao volcada en el rodaje, desde un concepto social que ellos han acuñado y llaman “comunalidad”; concepto que honra el trabajo colectivo de cada comunidad para mantener sus formas de vida y defender sus territorios.

En la producción participaron egresados de la primera generación del Campamento Audiovisual Itinerante y del Cine Too Lab. El soundtrack fue realizado por la Banda Filarmónica Municipal Infantil y Juvenil Yela-Too, la Trova Serrana y composiciones de músicos como Eduardo Díaz Méndez, Honorio Cano, Fernando Sandoval, entre otros.

Tiene un guion escrito por Jenny García, Yuliana Berenice, Rosalinda Dionisio, Julio López, Ernesto Martínez y Luna Marán, su tema es la defensa del territorio, la organización comunal y la participación política de las mujeres en contextos comunitarios y sus desafíos.

 

Platicamos con Luna Marán, directora del largometraje, y Cassandra Casasola, cinefotógrafa, para conocer cómo fue el proceso de rodaje de Chicharras.

 

Es sorprendente el número de personas que estuvieron implicadas en el rodaje de Chicharras. ¿Cómo surge la idea del proyecto?

Luna Marán (LM): El primer argumento de la película se escribió en agosto de 2019. La idea inicial era filmar a inicios de 2020, pero se vino la pandemia y en estos años el proyecto se transformó. 

Durante la pandemia hice servicio comunitario en Guelatao de Juárez, Oaxaca, y esta experiencia me hizo replantear muchísimo el proyecto. Pasó de ser una película con una protagonista a un proyecto coral y comunitario. Por fortuna Cassandra Casasola estuvo con nosotros desde el inicio y nos acompañó en todas las transformaciones.

 

Casandra Casasola (CC): Conozco a Luna Marán desde 2012, cuando fue mi maestra en el Campamento Audiovisual Itinerante. Un día, en la Ciudad de México, me invitó a colaborar como cinefotógrafa. Yo ya había hecho algunos cortometrajes como fotógrafa, así que no quise dejar pasar la oportunidad de entrarle a un largometraje.

Cuando fui a Guelatao para preparar la película nos agarró la pandemia, así que me terminé quedando a vivir allí durante esos dos años de encierro. Eso nos permitió platicar la película y me dio la oportunidad de conocer todas sus transformaciones.

 

¿Cómo fue organizar y hacer participar a toda la gente que estuvo implicada en Chicharras?

LM: En el contexto que crecí aprendí a tomar en consideración el pensar de las demás personas. Como sociedad siempre tenemos este reto de escuchar y ponernos de acuerdo, y de eso trata la película, de una comunidad que tiene que tomar una decisión importante, y para tomarla se necesita hacer un proceso de conversación muy amplio, que se desarrolla en sus espacios oficiales, como lo es la asamblea, y sus lugares no oficiales, como el hogar, el tianguis o la cantina. 

La exploración que se hizo con la película era la de dimensionar cómo ven la resolución de dicho problema diferentes personas: desde niños y adolescentes, hasta adultos jóvenes y personas mayores.

 

CC: Al principio fue un poco complicado para mí, era mi primer largometraje en el que trabajaba como directora de fotografía y tenía que enfrentar mis miedos y afrontar los retos. Afortunadamente, una de las ventajas de hacer cine comunitario es que nunca estás solo, el diálogo de todos los días con los compañeros siempre fue muy bueno y siento que se logró romper con las relaciones que se dan en el cine vertical, en los que a veces ni se saben los nombres de las personas que están implicadas en la película.

También me ayudó que en mi departamento siempre tuve el apoyo de Pablo García, quien fue mi compañero en Campamento Audiovisual Itinerante, y después se sumó al equipo Grupo Crisara, que nos cobijaron desde el inicio. 

Creo que lo más importante para hacer cine comunitario es la escucha y el diálogo para poder enfrentar los diferentes retos y los roces que siempre se dan durante el rodaje de un proyecto tan grande como lo fue Chicharras.

Chicharras se acaba de rodar y aún falta mucho para que se estrene, ¿qué debemos de esperar de ella?

LM: Hay una parte de los personajes que va hacia la comedia, y a pesar de que están hablando acerca del futuro de la comunidad, también hay muchos chascarrillos y momentos de relajo. Por otro lado, la película se sostiene gracias al trabajo de supervisión y creación musical, ya que la Sierra Norte es una zona en la que hay muchos músicos. Tenemos trabajando con nosotros a la Banda Filarmónica Municipal Infantil y Juvenil de Yela-Too, que interpretan una rola que acaba de componer el maestro Fernando Sandoval, un compositor muy joven que toca las membranas más emotivas de la sociedad con su música.

Así que con la película vamos a ver bailes y cantos, historias de amor poco tradicionales y conversaciones en un tono más ceremonioso, que se contraponen con las conversaciones cotidianas. Deseamos que el espectador pueda acompañarnos en este viaje en el que vamos de una casa a otra retratando las diferencias que existen en cada espacio.

 

Casandra, ¿qué directrices tuviste por parte de Luna y todo el equipo para hacer la propuesta visual de Chicharras?

CC: Siempre hubo mucho acercamiento con todo el equipo. Hay conversaciones muy íntimas de todos los personajes, así que tratamos de hacer retratos muy cercanos de las familias, de sus formas de conversar y de sus espacios comunes. 

También tenemos movimientos vertiginosos y muchos colores, porque suele pasar que cuando representan a las comunidades de Oaxaca lo hacen con tonos muy pálidos, cuando en realidad en estas comunidades hay mucho color: las casas son coloridas y los paisajes suelen ser verdes. Así que creo que esa idea de opacar los colores de una comunidad es una decisión muy política.

Por otro lado, jugamos mucho con luz natural y a recrear espacios de la comunidad. Se trató de hacer una mezcla de fotografía documental y una fotografía recreada.

 

¿Cómo participó la comunidad de Guelatao en pleno, más allá del crew, en la filmación de la película?

LM: El diálogo con la comunidad nos llevó los dos años de pandemia. Pedimos un permiso de filmación a las autoridades municipales y ellos lo llevaron a la Asamblea de Comuneros, ahí la comunidad aceptó en términos generales la filmación. Después se fue revisando con cada uno de los comités los requerimientos y las necesidades puntuales que teníamos todos los días para el rodaje.

La comunidad de Guelatao está invirtiendo un 20% de la película en especie; ya sea en el préstamo de espacios, equipo, automóviles y maquinaria. 

También para la comunidad es importante que suceda la película, porque visibiliza las formas de organización tradicionales. Los ciudadanos de Guelatao son conscientes de que esta forma de organización trae mucha esperanza a otras partes del país y a otras comunidades.

 

 

¿Cómo ha sido la experiencia de estar participando en el ECAMC-IMCINE con el proyecto de Chicharras?

LM: Estamos agradecidos con el fondo porque además es el primer fondo que recibió el proyecto, así que de alguna manera es el padrino de Chicharras

Fue importante cuando en 2020 logramos hacer un primer encuentro con los seleccionados del ECAMC para compartir las experiencias y los procesos. De cierta forma se construye una comunidad entre quienes hacemos cine desde comunidades indígenas, y siempre es importante reconocernos.

Al final, las historias que están haciendo nuestros compañeros son un reflejo de nuestras inquietudes, que a menudo son similares, entonces el ECAMC es un espacio para conjuntarnos. Aunque sí necesitamos que los fondos sean más grandes, para tener películas con más equilibrio.

Ya pensando en términos de política pública, hoy la sociedad enfrenta una gran crisis de injusticia y violencia, así que quienes estamos detrás de cámaras tenemos una gran responsabilidad, y más cuando los financiamientos vienen de los impuestos, de reconocer y abordar las problemáticas que realmente están en nuestras manos y que podemos transformar o denunciar.

Hay formas que como colectividad cinematográfica necesitamos reaprender para filmar y hacer historias que no impliquen estrategias violentas de comunicación. Y al mismo tiempo, hacer historias que no violenten a las personas representadas, evitando esos mecanismos narrativos extractivistas.

Creo que espacios de formación como el ECAMC, se deberían de ampliar a todas las personas que reciben fondos del Imcine, porque es necesario replantear las maneras de hacer las cosas. De verdad siento que los espacios de formación deben ser un asunto de acceso público.