El último viaje, documental de Rodolfo Santamaría Troncoso, inicia con el registro puntual de las ideas del doctor Rebolledo sobre el final de la vida. Pero entonces, un giro decisivo, la enfermedad del doctor, lo lleva a experimentar en sí mismo su ideario. La muerte próxima de Federico permea a su familia y sus amigos. Y lanza preguntas a los espectadores: ¿cómo asumir la muerte propia, o la de la gente que queremos? ¿Cómo renovamos nuestro vínculo con esta vida que de pronto se va?
Enérgica o íntima, emotiva o desafiante, El último viaje crea consuelo y fortaleza hacia las personas que pronto nos dejarán y hacia las familias que las acompañan: desde ahí, también es una película de enorme vitalidad, que empuja a pensar en las vidas propias y de quienes nos rodean: cómo culminar nuestra existencia por la puerta grande, cómo replantear el presente para que la maleta del último viaje lleve en su interior nuestras mejores, nuestra más ricas historias.
El último viaje fue apoyada por el Programa Fomento al Cine Mexicano (FOCINE) y estrena en salas a partir del 25 de septiembre. Compartimos una entrevista con su director.
¿Cómo conociste al doctor Federico Rebolledo y qué te llevó a convertirlo en el protagonista de tu documental?
Lo conocí hace unos 20 años, era mi suegro, y desde hace 15 empecé a pensar en la posibilidad de hacer un documental. Él siempre hablaba del dolor que enfrentaban las familias en procesos terminales, de cómo lo buscaban angustiados pidiendo una salida, incluso la muerte, como alivio. Se volvió un luchador contra el dolor. Constantemente compartía historias de pacientes que decidían terminar con su vida, y ahí pensé: aquí hay una historia de relaciones humanas, con un drama muy potente y con una filosofía detrás. Él tenía un discurso muy claro de su filosofía pero yo no quería hacer un panfleto, también quería mostrar sus contradicciones.
Después llegó su diagnóstico y todo dio un giro: el doctor, que había dedicado 40 años a acompañar a otros en su tránsito final, debía ahora vivirlo en carne propia. Se convirtió en protagonista de las dos fases: como médico y como paciente. Lo que comenzó como un retrato de su mirada hacia la muerte se transformó en su vivencia personal.
El doctor Federico propone varias ideas que llaman la atención: hablar de terminar la vida en vez de morir, propone un empoderamiento ante la muerte: “hacer la maleta y viajar ligero”. En su visión sobre la enfermedad terminal está el centro del documental
Él era un filósofo y un artista, le fascinaba reflexionar sobre la vida y la muerte. En cualquier reunión ponía el tema sobre la mesa y provocaba a la gente. Atendió a cerca de 2000 personas que murieron, lo que le permitió comprender este proceso social.
Él abogaba porque desde la infancia se le enseñara a los niños a comprender la muerte como un proceso inevitable, a tener un proyecto de vida finito. Esa idea me parecía fundamental, pero quería que en el documental no solo fuera un planteamiento filosófico, sino también su contradicción y su dificultad. En la película lo dice su sobrina: “Es una contradicción terrible: quieres que se muera tu mamá, pero al mismo tiempo no quieres que se muera tu mamá”. Ese, creo, es el punto neurálgico de todo.
Mi intención fue que el personaje tuviera un arco: que al inicio apareciera con un discurso estructurado, pero que poco a poco nos lleva hacia lo humano y emocional. Que comenzara con encuentros formales y claros, para luego adentrarnos en lo íntimo, lo frágil. Que el propio doctor nos llevara de lo racional a lo visceral, de la claridad al desgarro.
Ese tránsito era el corazón del documental: mostrar que no era un misionero con respuestas absolutas, sino un hombre que también sentía, que sufría, y que nos permite vivir en carne propia lo que significa enfrentar este proceso.
Registrar con una cámara momentos íntimos y dolorosos, como la agonía de un familiar, debe ser muy complejo. ¿Cómo enfrentaste este reto?
Mi forma de trabajar fue involucrarme emocionalmente, pero también marcar una barrera a través de la cámara. Me concentraba en los encuadres, en el manejo del espacio y del tiempo, y trataba de pensar en cómo quería narrar la situación, no dejarme arrastrar por la intensidad del momento.
Procuré ser respetuoso. Muchas escenas las filmé solo, y en esos casos privilegiaba el respeto hacia las personas antes que la técnica: no había luces ni intervenía de manera que pudiera alterar su dolor. Era un equilibrio entre ser cineasta, pensar en planos, en ritmo, en cómo contar; y mantener la sensibilidad hacia lo que estaba ocurriendo.
También fue clave el diálogo previo: explicar con qué propósito estaba haciendo las tomas, para que los participantes no se sintieran invadidos.
Creo que el hecho de que estuvieran atravesando un proceso tan doloroso, y de que quisieran que su experiencia ayudara a otros, permitió que nos abrieran la puerta.
En medio de estas situaciones tan íntimas y dolorosas, ¿hay espacio para imaginar una propuesta estética?
Desde que comenzó el proyecto yo tenía claro que quería construir una propuesta propia. Más allá del tema, buscaba que hubiera acción, que el documental sucediera en presente. Yo quería que la película se sintiera viva, que las cosas pasaran frente a la cámara. Me inspiran trabajos como Hoop Dreams (Steve James, 94) o la trilogía de Rithy Panh, donde la fuerza está en el presente.
Quería que el espectador se sintiera en una película de ficción. Para mí era fundamental que todo girara alrededor de Federico, que la cámara lo acompañara y que él fuera el foco de atención.
Pensé la película como un tránsito: empezar con planos abiertos, fijos, con cierta distancia, y después ir acercarnos desde los close-ups al lado más humano y emocional. Y aunque por momentos la carga emocional era fuerte, ponía esa barrera del cineasta: mi tarea era decidir qué encuadre y qué plano me ayudarían a construir la historia.
Había una búsqueda estética, pero siempre al servicio de la experiencia: que el público viviera la sensación de estar ahí, acompañando a Federico en tiempo presente.
En El último viaje utilizas el recurso de las fotografías: no sólo vemos imágenes del doctor Federico en su juventud, también de algunos personajes que en el presente enfrentan problemas de Alzheimer o Parkinson. ¿Qué aportaban esas fotos a la narrativa?
Trabajé mucho tiempo en documentales históricos, así que el material de archivo siempre me ha parecido valioso. Tiene una estética y una textura que aportan ritmo y contraste a las películas.
Por un lado me atrae su aspecto visual; por otro, lo veía como un recurso narrativo. Quería hablar del proyecto de vida de cada persona retratada. A veces, al ver a alguien de setenta años atravesando un proceso terminal, el espectador lo percibe como alguien en esa etapa final. Pero detrás hay una persona que amó, que salió de fiesta, que tuvo amigos y relaciones. Por eso incluí esas fotos: aunque aborda la muerte, la película en realidad habla de la vida. De cómo esos meses no definen a alguien por completo, sino que forman parte de un trayecto lleno de experiencias, afectos y momentos que resuenan hasta el final.
¿Ya ha visto la familia del doctor el documental? ¿Qué te han dicho?
Les mostré el corte cuando ya estaba casi terminado, con algunos detalles por ajustar. Se lo enseñé a la esposa y a la hija, porque más allá de que sea una obra personal, me importaba que hubiera dignidad en el discurso. Y la verdad es que se sintieron muy bien, estaban de acuerdo con lo que plantea la película y con el discurso del doctor.
También se lo mostré a los otros personajes y en general la reacción fue positiva. El único conflicto fue con uno de los hijos del doctor. Son dos: la hija, que aparece en el proyecto, y el hijo, que solo sale en algunos momentos muy breves. Él no comparte tanto la visión. Al final lo aceptó, pero no deja de costarle trabajo. Creo que refleja muy bien las contradicciones naturales que rodean este tema.
¿Qué diría el doctor Federico Rebolledo sobre El último viaje?
A Federico le encantaba ayudar. Si yo le decía: “Estoy hablando con alguien que tiene un problema”, él iba corriendo a apoyarlo, sin conocerlo siquiera. Tenía una vocación muy clara hacia la humanidad. Pero, al mismo tiempo, también tenía un lado egocéntrico: de niño hacía teatro, le gustaban los reflectores, y disfrutaba estar en el centro de atención.
Por eso creo que le hubiera gustado verse en pantalla. Estaría contento, aunque me da miedo imaginar lo contrario. El simple hecho de pensar que no se sintiera bien con cómo se cuenta su historia me inquieta mucho. En algún momento, en las decisiones finales de montaje, hubo la posibilidad de no incluir la última secuencia, la de su muerte, y cerrar la película en la fiesta. Era una opción más “cinematográfica”, abierta, menos explícita. Pero yo pensaba que a él le hubiera gustado ese final: que se viera su decisión, y que apareciera en pantalla.
Creo que le encantaría la película. Es un documento muy personal de lo que pensaba y, sobre todo, de cómo llevó hasta las últimas consecuencias esa lucha por reflexionar sobre la muerte. Me da miedo imaginar lo contrario, porque lo sentiría como una herida que me acompañaría toda la vida. Pero honestamente, estoy convencido de que sí le gustaría.
El último viaje (México, 2025). Dirección: Rodolfo Santa María Troncoso. Producción: Rodolfo Santa María Troncoso, Roberto Garza, Everardo González. Fotografía: Rodolfo Santa María Troncoso. Edición: Joaquim Martí Marqués y Rodolfo Santa María Troncoso. Sonido: René Rodríguez. Diseño sonoro: Arturo Salazar RB y María Alejandra Rojas. Participan: Federico Rebolledo Mota, Victoria Angulo García, Valeria Rebolledo Angulo, Salvador Rebolledo Mota, Agustín Santiago Matías, Ana Canseco Flores, Duby Kanter Castellanos