Todas las mujeres que ha sido María Rojo

María Rojo debió haber sido la última gran diva del cine mexicano, pero no tuvo tiempo para eso. El cine que hizo, las directoras y los directores con los que trabajó, las historias que contó,  le impidieron el enigma y le exigieron una presencia más rabiosa e inmediata: en cada uno de sus espléndidos personajes, María Rojo levantó la voz, convocó a la rebeldía,  experimentó con júbilo su sexualidad, exigió su igualdad ante sus contrapartes masculinas.

María Rojo ha tenido la fortuna de participar del cine de los años setenta y ochenta: un cine crítico, trasgresor, más incómodo que complaciente con sus audiencias. Con Felipe Casalz merodeó las luchas sociales, junto a Jorge Fons desveló pasados políticos que se consideraban tabúes, con María Novaro exploró formas nuevas de ser mujer congruente con sus emociones; con Jaime Humberto Hermosillo asumió la disidencia erótica, hasta llegar a la enfermedad mental o a la gozosa experimentación del cuerpo, registrado en la audacia de las nuevas tecnologías.

 Pensamos en María Rojo y pensamos en audacia, viajes, picardía, invitación al gozo, devastación de los arquetipos femeninos para proponer las mujeres de nuestros hogares, de nuestros espacios de trabajo, con las que cruzamos en el metro o en la escuela. María es una amiga que tuvimos en la prepa, la tía incómoda de la cena, la compañera de trabajo que nunca se dejó y estuvo al frente de nuestras pequeñas batallas. 

María Rojo es la actriz que supo ser cercana a nosotras y nosotros. Celebrarla el Día Nacional del Cine Mexicano también es celebrar las sombras y las luces de nuestra identidad mexicana contemporánea.

 

Una niña que ha decidido ser actriz

Nunca jugué a actuar, para mí siempre fue una responsabilidad. Yo vengo de una familia de mujeres. Mi mamá era maestra de literatura en la Secundaria 3, le gustaba el teatro y el cine. Una hermana es psicóloga y la menor es clavecinista. Ellas me preguntaban qué iba yo a hacer. Les contestaba: “voy a ser actriz”. Yo era la oveja negra, éramos hijas de una maestra de literatura y a mí me gustaba el cine.

Vivíamos cerca del cine Morelia. Me decían: "¿vamos por un pastel?" y respondía: "quiero volver a ver El inocente con Pedro Infante”. Me la sabía de memoria. Hasta que la maestra de tercero de primaria, para el 10 de mayo me hizo la estrella del espectáculo. Yo recitaba, bailaba y hacía composiciones. También empecé a formar parte del Teatro Fantástico de Enrique Alonso, que antes se llamó el Teatro Pequeño Mundo. Participé cuando nació el personaje de Cachirulo, que era mi títere. 

Participé en obras como La mala semilla y en No habrá guerra en Troya, con Salvador Novo. Era la niña que aventaban a los animales y Salvador Novo nomás decía: “no vayan a lastimar a la niña”. Mi vida se centró en mi carrera y no tuve mucho tiempo para jugar. Llegué a ser la hija de Luis Aguilar, en una película que se llama Besos prohibidos.

Enrique me dio roles protagónicos y oportunidades en el escenario. Hasta que él le dijo a mi mamá que debía estudiar actuación en Xalapa, Veracruz. Decidí irme, ya que consideré necesario formarme más. 

 

 

Pero siempre, sobre todo, actriz de cine

Desde pequeña, el cine fue mi encuentro con Las zapatillas rojas y Cantando bajo la lluvia. Encontré que había otra forma de ser feliz, . Y eso era el cine. Para mí, el cine es fiesta. Yo nací un 15 de agosto. Luego, hicieron la celebración del cine mexicano en esa fecha y me dio mucha risa, pensé: "Parece que es por mí."

Cuando conoces el cine a fondo, lo ves como un juego de ajedrez complejo, lleno de matices que disfruto. Aunque no soy muy hábil con la tecnología, entiendo que tu perspectiva depende de cómo observas lo que tienes frente a ti, de cómo te ubican en la escena. Es como si alguien te estuviera guiando en ese proceso. Esa dinámica te impulsa a prestar atención y seguir instrucciones.

También debo mencionar que quizás no sea tanto porque sea una buena actriz, sino porque he sido bien dirigida. He tenido mucha suerte, he trabajado con los más grandes. Ahora acabo de hacer una serie con un director muy talentoso que estudió en México, pero es de El Salvador. Se llama Pepe Valle. Ya me hacía falta, ¿sabes? Porque sí, me hacen falta, y sí, me he acostumbrado.

 

 

Con Jaime Humberto Hermosillo: las olas de Leticia y la maga María

Además de director, Jaime Humberto era mi amigo personal. Le contaba de cosas más allá del cine, si me iba a divorciar, si me gustba un muchacho. Teníamos conversaciones de la ropa y otras cosas. Pero a la hora de dirigir era el director que ya se sabe. Estamos hablando de estos directores de los setenta que eran, primero que todo, cineastas. No venía nadie a corregirles, tuvieron muchos problemas y les costó mucho trabajo. 

Jaime tenía mi edad; cuando hicimos Naufragio éramos unos muchachitos. A mí me gustaba de Naufragio la idea de la ola final, que entra la ola y se lleva todo Tlatelolco. De repente ahí, comiendo algo, un señor De León dice: “Estos directores de ahora, creen que vamos a hacer la ola. Está loco, ¿cómo vamos a hacer una ola?” Y Jaime, que era tremendo, paró todo y dijo: “se hace la ola” Y la ola es el acierto de la película.  Era una adaptación de Joseph Conrad, un autor del mar. La antigua generación no estaba acostumbrada a estos directores. Es más, es la primera película donde hay una amistad entre dos mujeres, con la excelente actriz, para mí la mejor de México, Ana Ofelia Murguía. 

Luego, María de mi corazón, el guión es de Gabo y Jaime, después Gabo lo agregó en sus Doce cuentos peregrinos, ahí se llama “Yo vine a hablar por teléfono”, pero ya tiene agregadas cosas que metió Jaime. 

Nos llevaron a mí y a Héctor Bonilla a su casa del Pedregal a ayudarlos con los diálogos, hacíamos las escenas como hablábamos. Me dice Bonilla: "¿usted que hace?”, y le contesto: “yo viajo”, porque María, el personaje, viene de haberse separado de Pepe Alonso. Ella es una maga, como La Maga de Cortázar, que estaba de moda. Es una película divina, pero sin la remasterización se hubiera perdido.  Esa película la hicimos fuera de la industria. En ese momento, estábamos en el sindicato de actores independientes, porque como dice mi hijo, soy la seguidora de causas perdidas. Aquí nunca la tomaron en cuenta; en cambio en Cuba, donde me veían parada me decían: “Yo sólo vine a hablar por teléfono”.

 

 

El silencio tibetano de Felipe Cazals (y la metralla que no sabía usar María)

Cazals era una maravilla. Al principio me daba miedo porque era imponente, con unos ojos verdes penetrantes, y una inteligencia que imponía respeto. Salíamos del camerino en Churubusco, lo saludabas y parecía enojado. Pero entonces me dijo Delia Casanova, y tuvo razón: "velo a los ojos y vas a ver que le encanta tu trabajo. Vas a ver qué buena persona es". Entonces, cuando me regañaba, lo veía a los ojos y efectivamente, cuánta dulzura, cuánta inteligencia y sensibilidad. 

Felipe hacía un profundo silencio en el set, casi tibetano. Sólo así puedes concentrarte y tomar el trabajo en serio. Y en Bajo la metralla yo tenía tos e interrumpía ese silencio sepulcral. Luego, mi metralleta se disparaba sola. Manuel Ojeda se reía porque yo no sabía disparar. 

A Felipe no le podías mentir en nada, si no estabas haciendo correctamente lo que tenías que hacer, lo notaba y te decía: “¿y eso?”. Y tenía una forma de adivinar cuando algo no era sincero. Además, tenía una forma especial de montar la escena. Llegaba con la seguridad más grande que has visto en un director. Decía: “la cámara estaba aquí” y les indicaba a Álex [Phillips Jr], o Ángel [Goded] dónde ponerla. 

Hacía la toma tres veces. “No más de tres que no es teatro”, decía, “esto ya se vició, vamos a otra cosa”. No es que no le gustara el teatro, él llamaba a puras gentes de teatro. Pero sabía que aunque tuvieras las raíces del teatro, estabas haciendo cine y él creía en la espontaneidad del cine. Además, en ese tiempo era importante porque no filmabas muchas veces. El rollo costaba y la Kodak era la Kodak. 

La influencia de Felipe Cazals en mi carrera fue significativa. Trabajar con él te dejaba la sensación de que habías logrado algo valioso. Durante la pandemia nos volvimos cercanos. Me enviaba películas y me compartía artículos que había leído en El País. A pesar de estar en tiempos difíciles, me hacía sentir que estaba compartiendo reflexiones en otra dimensión, mientras enfrentábamos el aislamiento haciendo arroz.

 

 

La dirección versátil de Jorge Fons

Rojo amanecer para mí representó una especie de venganza. En el 68 estaba con mi novio, quien luego se convirtió en mi esposo. Era sonidista, lo golpearon y lo tuvieron preso en el Campo Militar Uno. Entonces, cuando con Javier Robles estábamos haciendo Bajo la metralla y me dijo: "Tengo un guión de Tlatelolco". Y le dije: "Órale, lo hacemos". Fui a convencer a Héctor Bonilla, quien metió todo el dinero. Después vino un productor comercial, Valentín Trujillo, para financiar la última semana, porque ya no teníamos cómo pagar.

Fons poseía un universo cinematográfico impresionante y variado. Su versatilidad podía ser sorprendente. A veces me empeño en perfeccionar cada detalle, quiero que todo fluya de manera óptima. En ese momento llega Fons y me dice: "aquí estás tejiendo" y yo le respondo que no sé tejer. "No te preocupes", me dice tranquilamente y saca sus agujas para mostrarme lo contrario. En ese momento me indica cómo hacerlo, como si estuviera cocinando una sopa de fideos.

Cuando en Rojo amanecer ves la escena del desayuno con Bonilla y los Bichir, esa escena podría servir para una clase de cine magistral. Primero está la toma maestra y después, cada uno, en su lenguaje, encajaba perfectamente. Si le hubiera preguntado cómo bailar un danzón, estoy seguro que me habría enseñado, porque lo sabe todo, y te lo comunica de manera accesible. 

 

 

La flor roja de Julia Solórzano  y María Novaro

Cuando llegué con María, había cosas que ella sí entendía. Cosas tan sencillas, como que llegamos a Veracruz a hacer Danzón y no llevaron la flor roja que me pongo en la oreja. Si se lo digo a un director me dice: “sácate, ni que la flor roja fuera tan importante”. Aunque sea muy sensible, te contesta: “¿de veras crees que con todos los problemas que tengo, la flor roja es indispensable?” Y fue tan importante la flor roja, que el dueño del Salón Colonia me decía que después muchas mujeres llegaron con una así. Y María Novaro tenía una sensibilidad especial, sabía que yo debía cruzar el salón mientras se escuchaba ese maravilloso soneto de Villaurrutia y no podía verme sin la flor roja. Ella se apuró a conseguir una. Quizá porque estás trabajando con una mujer te haces más chiquiona, pero es que ellas entiendes estas cosas. 

Además de esa intuición y sensibilidad, también quiero resaltar la maravillosa persona que es. Es admirable cómo se involucra con sus colaboradores y cómo nos trata con tanta amabilidad. Recuerdo mi experiencia con Margarita [Isabel] y [Tito] Vasconcelos, siempre me sentía respaldada y querida. Fue una relación donde sentí su aprobación y cariño, y eso es algo de lo que siempre estaré agradecida.

 

 

La tarea: el tour de force de Virginia

La tarea es todo un tour de force, en México me mandaran una carta, cuando aspiré a la delegación de Coyoacán, de una política que me dijo que cómo podía aspirar a un cargo público después de hacer La tarea.

Me dio premios internacionales, reconocimientos, y siempre pienso: “si Woody Allen hubiera hecho La tarea, hubiéramos dicho, ‘¡Uy, qué genio!’”. Pero aquí nada más era mi amigo Hermosillo. La tarea semeja una partida de ajedrez. Fue realizada con una única posición de cámara. El director de fotografía, Tony Kuhn, colocó la cámara en un lugar estratégico, desde donde se podía apreciar todo lo que ocurría. Era como si la cámara fuesen los ojos de un gato, observando cada detalle de la escena. Durante la filmación, teníamos que estar atentos a dos relojes, ya que cuando se agotaba el rollo de película debíamos detenernos y quedar inmóviles para cambiar el rollo. La filmación duró cinco días, y nos enfrentamos a varios desafíos técnicos. Tengo en alta estima La tarea, considero que es una obra significativa en mi carrera. 

 

 

Las mujeres fuertes que supo ser María Rojo

He tenido la suerte de interpretar papeles increíbles. Trabajé con Luis Alcoriza, yo adoraba Tiburoneros y si me hubieran dado a elegir, habría escogido el papel que Dacia González desempeñó maravillosamente. Conocí a Alcoriza en Churubusco y le expresé mi deseo de trabajar con él. En el caso de Lo que importa es vivir, la película fue un éxito y recibimos el premio Goya, incluso se proyectó en Rusia, donde tuvo una buena acogida. Esto me hace reflexionar sobre el impacto duradero de mi trabajo y cómo trasciende fronteras.

Hubo proyectos que no pude llevar a cabo porque se empalmaban con otros compromisos. Por ejemplo, tuve una oportunidad en España. Tengo una carta de Almodóvar, que expresaba su admiración por mi trabajo en La tarea y Danzón. Ni siquiera se me pasó por la mente viajar a España. Por otro lado, en Estados Unidos hubo muchas oportunidades. Pero tuve trabajo constante, durante buena parte de mi vida. A través de mis personajes y mi trabajo, he buscado transmitir fuerza, empoderamiento y autenticidad en cada historia que he tenido la suerte de contar en la pantalla grande.

Mi carrera ha sido una montaña rusa de experiencias y desafíos. He tenido la oportunidad de interpretar a personajes fuertes y liberados, en películas significativas. Cada papel me ha permitido crecer como actriz y como persona, y estoy agradecida por todas las oportunidades que la vida me ha brindado en el mundo del cine.