‘El mirador’ de Diego Hernández: crónicas de las Tijuanas posibles

Conozcan Tijuana: la de las noticias, con sus crímenes y excesos. O la de los gringos, con sus tacos de a dolar y los bares con margaritas. O la de los tijuanenses, la de dos jóvenes precarizados que quieren ser actores, pero una debe conducir un Uber y él otro se aburre tenazmente en un call center. Una Tijuana de humor desvaído y con cicatrices, donde se pueden imaginar juegos olímpicos de padres (de familia), organizar pirámides (para ganar dinero) o cantar a Julieta Venegas (desafinados) en un karaoke.

Diego Hernández no quiere ser el cronista de Tijuana; en todo caso, podría ser el observador más lúdico y amoroso de sus amigos, la juventud que habita Tijuana. Y en su tercera película, El mirador, recurre al pasmo de Annya y Guillermo para confirmar o desmentir todo lo que se dice de esta ciudad: un circo sociológico, sí, con su leyenda oscura de violencia; pero también un sitio de cafés y hogares, de fiestas con cervezas o paseos por la playa, donde se proyectan deseos, imaginaciones, juegos de ocio que son juegos de humor y acaso, de identidad. 

El mirador, de Diego Hernández, forma parte de la Sección Ahora México de Ficunam 14. También es parte de la edición 20 de ficmonterrey. 

Diego nos contó de esta tercera entrega, que consolida una emotiva filmografía hecha de amistades, azares y extrañeza.

 

El mirador, Dir. Diego Hernández

Tus películas no se crean desde alguna premisa o un argumento tradicional, combinas algunos elementos aleatorios y aparece la historia. Trabajas sobre cierta improvisación, con anécdotas cercanas. Cuéntame como ocurrió en el caso de El mirador.

Esta película se trabajó de una forma similar a mi primera película, Los fundadores, en la que en vez de hacer un guión, Melissa [Castañeda] y yo armamos una escaleta de situaciones; definíamos cuáles eran los personajes y qué les pasaba, pero no escribimos diálogos o acciones concretos. No son escenas secuenciadas, sino que después de filmar puedo ordenarlas y encontrarles un sentido. Eso me da libertad de jugar: encuentro la película no en la escritura, sino en el rodaje y la edición. 

Cuando filmamos no tengo claro de qué va a pasar, lo encuentro en la dinámica entre los actores. Siempre he tenido fe en que encontraré la escena ahí. Lo que sí tengo claro es lo que no quiero que pase; es como establecer límites y entre ellos pueden suceder muchas cosas, pero no cualquier cosa. 

El mirador surgió de los personajes precisamente. Yo quería uno que se dedicara al stand up y otro que conduzca un Uber, porque son trabajos que ocurren mucho entre mis amistades, y de ese círculo se nutren mis películas. Todos los que salen en El mirador son amigos míos y las situaciones que suceden me las han contado. Es una especie de collage de experiencias que he escuchado por aquí o por allá, entre ellos.

 

Imagino que Annya y Guillermo son personas muy parecidas a los personajes que encarnan. Pero también debe haber cierta recreación de sí mismos...

Los personajes se parecen muchísimo a ellos. Tomo muchas cosas de quiénes son y del trabajo previo que hacemos. Guillermo es mi amigo desde la preparatoria, tengo más de diez años conociéndolo. Él ya había salido en los cortos que hacía en la universidad. Con Annya fue distinto, ella apareció de buscar actrices de la ciudad. Encontré un podcast de Annya en el que ella hablaba sobre lo que ha hecho. Me pareció interesante que en vez de casting, fuera en una entrevista lo que me llamó la atención: su gestualidad, esas cosas que se asoman de una persona cuando no está en escena, cuando se quita la máscara. 

Nunca les entregué un guion como tal, el orden de las secuencias, pero sí les platiqué de principio a fin a qué se estaban metiendo. Después hicimos improvisaciones. Primero hicimos una situación en la universidad: Memo no sabía de qué disfrazarse de Halloween y que Annya lo aconsejaba. Ensayamos situaciones que no ocurren en la película, fue un entrenamiento para saber qué hacer. Una indicación que siempre les daba es que nunca detuvieran la escena, porque era importante que percibieran todo como estímulos al improvisar. Eso definió a los personajes, y también el trabajo de edición, porque quité cosas, recorté escenas, pero no hubo un trabajo preconcebido de construcción de personajes, los encontramos en el momento.

 

Y sin embargo, tu película sí trata de cosas importantes. Por ejemplo, es una gran ironía este personaje que nunca vemos, el Director, que quiere retratar la autenticidad de Tijuana. Para él, lo auténtico son los tópicos de Tijuana: la violencia, el narco, y lo enfrentas con estos muchachos precarizados, una en el Uber, el otro en el call center, con las vidas más aburridas del mundo. 

Es muy común ese tipo de producciones turísticas que llegan a la ciudad, que buscan aspectos como la migración, la violencia, la trata de blancas o la drogadicción, que sí ocurren en Tijuana, pero hay otra dimensión de la ciudad, más cotidiana. Hay una dimensión cotidiana de la violencia que casi no se explora, y eso era lo que me interesaba: contrastar la Tijuana que este director turista llega a retratar, y la Tijuana que están viviendo estos dos muchachos.

 

También propones testimonios alrededor del tiroteo de La Cúpula. Sigues contando tu historia, pero también recoges testimonios de lo que ocurrió. Este acercamiento no lo había visto en tu cine, a pesar de que a veces te acercas a ciertos apuntes documentales. ¿Cuál era tu intención de agregar estos momentos?

Algo que fui descubriendo conforme hice la peli, es que me interesaba este aspecto cotidiano de la violencia y las estrategias que uno desarrolla para evitarla. Me interesaba la memoria sobre la violencia, como este suceso que quiere recrear el personaje del Director, y que ocurrió en 2008, cuando hubo una ola de violencia muy grande en la ciudad. Era una violencia directa: balaceras, cabezas colgadas. Esos sucesos marcaron a nuestra generación, todos éramos niños cuando pasó. La balacera que platica la chica le ocurrió a Melissa cuando iba en la primaria. Son cosas que nos han pasado y traspasamos esas experiencias a los personajes, para que las platicaran a manera de cicatrices, como un vestigio por el cual ha ocurrido la violencia. Siento que eso refleja a la ciudad también, porque Tijuana es una ciudad llena de cicatrices en cuestión de construcción, de gentrificación, la misma Cúpula aún tiene los balazos. Era una manera de hacer un espejo entre la ciudad y los personajes.

 

En El mirador siento a un Diego Hernández más suelto que en sus trabajos anteriores. Los gags caen perfectamente bien, hay un retrato de personajes cercanos, mayor soltura. ¿Tú cómo te sientes en este tercer largometraje? ¿Se parece más a lo que quieres hacer, o cómo te vas moviendo, desde la experiencia de Los fundadores hasta este momento?

Cada película es como empezar de nuevo, y hay que aproximarse de manera distinta a cada proyecto. Pero sí hay un aprendizaje y en este proyecto sentí mucha soltura con el trabajo, con los actores, me sentí muy cómodo trabajando con ellos.

También en el aspecto del humor, porque desde mi primera película me acerqué a situaciones humorísticas, pero en esas ocasiones era un encuentro documental con el humor. No era que yo quisiera que las escenas fueran chistosas, pero estando ahí veía que había mucho humor y me encantaba. En Agua caliente también sucedió, un encuentro documental con algo humorístico, con mi mamá como personaje. Ahora fui entendiendo que me encanta la comedia e intenté poner elementos para que sucedieran esas situaciones. 

También ayuda el crew que elegimos. Vinieron personas de Ciudad de México, como Laura Carrillo y Sebastián Molina, el director de Las hostilidades. Fue un reto trabajar con esta gente, con la manera de trabajar de la Ciudad de México, sentía que teníamos chips distintos a la hora de hacer pelis, pero fue interesante, porque la experiencia me permitió enfrentarme a ese reto de trabajar con gente distinta, eso nutrió al proyecto.

 

Me llama la atención que menciones de Sebastián, en su cortometraje Mátalos a todos puedo encontrar vasos comunicantes con tu cine. Sebastián, al mismo tiempo, trabaja con el Colectivo Colmena; imagino que crean una red para hacer un cine diferente a lo que solemos ver. Un cine de jóvenes, de lo inmediato, que apela más a la crónica que a una narrativa meditada. 

Ha sido lindo encontrarme con gente como Sebastián, es algo que los festivales me ha brindado, este punto de encuentro entre gente que de otra manera sería difícil que ocurra. A Sebastián lo conocí en el Festival de Guadalajara y conectamos muchísimo, pláticas nocturnas sobre cosas que nos gustan o que detestamos, había mucha conexión entre los dos. Y siento, volviendo al tema de las cosas que han cambiado, que los festivales y conocer otros realizadores también nutrió a El mirador, esta película está más expuesta la cinefilia que tengo como director y Melissa como escritora. Es resultado de muchas pelis que hemos visto y que nos han gustado. Por ejemplo, en Agua caliente y Los fundadores, era una cosa prematura, no había visto mucho cine entonces, y ahorita hemos tenido la fortuna de conocer otros proyectos y eso nutrió el proyecto.

 

¿De qué se alimenta tu cinefilia y la de Melissa?

Pues muchas cosas. Yo, por ejemplo, ahorita estoy viendo un montón de cine argentino, me encanta Martín Rejman, a Rodrigo Moreno apenas ando viendo su cine, me quedé enamorado de Los delincuentes, es lo que quisiera hacer algún día. Y Melissa acaba de ir a Cannes y seguro ha visto muchas cosas nuevas, que ahí nos tocará platicar.

 

El mirador. (México, 2024). Dirección: Diego Hernández. Producción: Melissa Castañeda. Guion: Melissa Castañeda, Diego Hernández. Fotografía: Sebastián Molina. Edición: Diego Hernández. Sonido: Laura Carrillo. Compañía productora: Violeta Cine. Participan: Annya Katerina, Guillermo López, Lizbeth Félix, Urbano Mata.