Desde Yan María Castro como protagonista o articuladora, Tania Claudia Castillo recupera en el documental Juntas somos fuertes medio siglo de luchas y reflexiones feministas en México. Desde el lesbianismo a la despenalización del aborto, desde los feminicidios a la fuerza de las mujeres indígenas, Tania Claudia Castillo, muy de cerca de Yan María Castro y con un equipo solidario de fotógrafas, sonidistas y activistas, compila un archivo de archivos con las luchas iniciadas o aun pendientes de las mujeres mexicanas.
Juntas somos fuertes es una producción del Centro de Capacitación Cinematográfica y participa en la selección Hecho en México de DocsMX 20. Compartimos una plática con Tania Claudia Castillo, sobre la sorpresa que son Yan María Castro y la historia del feminismo mexicano.

¿Cómo llegas con Yan María Castro? ¿En qué momento decides que ahí hay una historia que merece contarse en un documental?
En 2018 hice un cortometraje con Yan María, en el que abordamos su contribución al movimiento de lesbianas feministas en los años setenta. Tenía mucho material de archivo y estaba centrado en ese momento histórico, que a ella vivió como fundadora de uno de los primeros grupos de mujeres lesbianas que se nombraron como tales.
Yan María seguía muy activa en el movimiento feminista. En ese momento trabajaba con chicas universitarias que estaban en la primera línea de la lucha por la despenalización del aborto. En las organizaciones con las que Yan María colaboraba se estaba gestando un movimiento grande, que resonaba con lo que venía de Argentina o del movimiento feminista chileno.
Ahí vi que algo importante ocurriría, y que además tenía acceso privilegiado a las protagonistas de ese momento. Decidí hacer el documental. Aunque esperaba que pasara algo, lo que sucedió me sorprendió. Ni ellas ni yo imaginábamos la dimensión que tendría.
A través de Yan María entretejes distinto momentos del feminismo en México: su vínculo con la izquierda, asumirse lesbianas, hasta temas contemporáneos como la despenalización del aborto o el feminicidio. Hay una enorme capacidad de Yan para mantenerse como referente durante tanto tiempo…
Es una mujer con tanta historia detrás, que estructurar la película fue complejo. Había demasiadas posibilidades que explorar. Por ejemplo, tiene una historia muy potente con las costureras tras el terremoto del 85, cuando se formó el primer sindicato de costureras. Esa historia ya merecería su propio documental. Y como esa, hay muchas más.
Tiene una trayectoria enorme: ha sido parte de muchos momentos históricos, siempre del lado de las mujeres y desde la convicción y la acción.
Te acompañan como fotógrafas Sheila Altamirano y Selina Rodríguez. ¿Cómo fue trabajar con ellas?
Selina es compañera del CCC, empecé trabajando con ella. El rodaje duró varios años; después se integró Sheila, mi compañera de rodaje durante la segunda y tercera etapas.
En este documental decidí trabajar únicamente con mujeres. Con Selina, Sheila y las demás chicas se generó una dinámica muy rica de discusión y aprendizaje. Todas entendimos más sobre el feminismo y sobre nuestras propias posturas. Después de las entrevistas o de lo que veíamos en las discusiones, nos reuníamos para reflexionar: qué pensamos, qué nos pasó, qué no sabíamos y descubrimos.
Esas conversaciones nos llevaban también a planear estrategias: cómo grabar las marchas, cómo abordar el tema de seguridad cuando estábamos en la calle. Fue un equipo comprometido porque el tema las atravesaba directamente.
Juntas somos fuertes también funciona como una recuperación de imágenes de distintas épocas: desde los documentales más antiguos hasta registros contemporáneos, además de fotógrafas complementarias. ¿Cómo fue ese trabajo de reunir esta gran memoria audiovisual, tantos materiales para la pantalla?
Según avanzaba el rodaje sucedían cosas impredecibles. Cualquier cosa detonaba una marcha o una protesta. Así se fueron sumando otras compañeras para cubrir esos llamados. Cuando Sheila o Selina no podían estar, empezaba a contactar a otras colaboradoras que ya conocía. Con Claudia [Becerril], por ejemplo, ya había trabajado antes.
Lo interesante es que este documental terminó teniendo la mirada de varias mujeres, cada una con una sensibilidad distinta, que se mueve en el espacio de distinta manera. Y eso es muy lindo, porque el documental se convierte en una obra tejida desde múltiples miradas.
Este documental, al final, servirá como eso: como archivo. Incluso ahora, que ya pasaron algunos años, cumple esa función. Tiene escenas históricas, momentos que sucedieron en un tiempo muy específico y que van a quedar ahí como remembranza.

Me parece importante cómo recuperas el tema de los feminicidios en Ciudad Juárez. Esta historia marcó los noventa e inicios de los 2000, le das un espacio especial a Norma Esther Andrade y su hija Lilia en el documental. ¿Qué te llevó a destacar esta historia?
Norma ha luchado incansablemente durante décadas, y sigue vigente dentro del movimiento. Ella es muy amiga de Yan, quien la acompañó en su proceso desde el principio, cuando Norma era una madre que había perdido a su hija y no sabía qué hacer. Enfrentó la indolencia del Estado, la injusticia, las irregularidades… y Yan la apoyó. De esa experiencia surgió una amistad que ha perdurado con el tiempo.
Norma lleva muchos años en esta lucha, y eso le da una voz muy clara, muy firme. Me parece que su historia es fundamental, porque habla de un momento histórico pero también de un problema que no solo persiste, sino que se ha agravado.
Yan ha logrado tender ese puente en lo generacional: viene de los años setenta, de grupos fundacionales del feminismo mexicano, y al mismo tiempo comparte consignas y espacios con las jóvenes de Rosas Rojas. ¿Cómo percibes esa conexión entre generaciones?
Yan es un puente. No solo entre generaciones, sino entre los distintos vértices de una misma lucha. Tiene una habilidad especial para conectar, para crear vínculos, para tender puentes entre experiencias, saberes y formas de hacer.
Las chicas jóvenes la respetan profundamente, no solo por su trayectoria, sino porque ha estudiado muchísimo. Es una mujer con un archivo enorme, con lecturas profundas, con un conocimiento sólido de teoría política. Les ayuda desde ahí: con cursos, con debates, con espacios de reflexión.
Pero lo que más me impresiona es su forma de posicionarse, nunca desde la jerarquía. Comparte lo que sabe, muestra los caminos que conoce, pero también escucha, dialoga, entiende lo que las jóvenes proponen y hacia dónde quieren ir. Nunca vi en ella un ejercicio de imposición, ni de autoridad por edad o experiencia. Vi un genuino ejercicio de compañerismo, con la misma participación.
Además tiene un espíritu muy joven; puede dialogar con facilidad, es abierta, generosa. Yo misma lo noté, en el proceso de la película fue muy colaborativa. Siempre respetó mi visión, mis puntos de vista, mis intuiciones.
Llama la atención su presencia visual: el penacho, los pañuelos, los colores, la forma de ocupar el espacio.
Es muy llamativo. Incluso en el Zócalo, cuando ella aparece de espaldas, se ve la pluma, el paliacate… Es algo característico de ella. Es un personaje profundamente interesante también desde lo visual.
Lo que lleva puesto no son adornos ni formas de sobresalir. Cada objeto tiene un significado espiritual y político, por eso siempre los lleva consigo, son parte de su identidad, de su forma de estar en el mundo. No es performativo, sabe lo que significa cada pieza, lo que representa, lo que convoca.
Y eso se nota. Se nota en cómo se mueve, cómo se presenta, cómo habita el espacio. Es una forma de decir “aquí estoy” desde lo simbólico, lo político y lo espiritual.
Cuando se habla del futuro del feminismo, eliges mostrar el zapatismo y las comunidades indígenas, la lucha por los territorios. ¿Por qué decides cerrar con esas imágenes tan cargadas de sentido político y simbólico?
Fue algo que Yan hizo. Ella tiene una convicción muy clara de no dejar atrás a las comunidades indígenas. Ha trabajado cerca de ellas, fue muy cercana al zapatismo y ese vínculo ha sido un eje importante en su vida.
Cuando fuimos al Encuentro de Mujeres que Luchan, organizado por las mujeres zapatistas, fue un evento esperanzador. Reunió a unas 9,000 mujeres de muchas entidades, no solo de México, también de otros países. Ver a tantas reunidas, discutir sobre el futuro, escuchar alas compañeras zapatistas, fue muy poderoso.
Nos decían que el feminismo es un camino de largo aliento, que nosotras nos vamos a ir pero el movimiento continuará, así como otras ya se fueron y dejaron su huella. Su visión nos llamaba a tener paciencia, a pensar en cómo prolongar esta lucha en el tiempo, a entender que lo que hacemos hoy es parte de algo mucho más grande.
Ese mensaje nos marcó a muchas. El discurso de clausura fue muy emotivo. Vivir esa experiencia, y el interés particular que Yan tiene en ese vínculo, hizo que el documental terminara así. Era el cierre natural, el gesto que conectaba todo.
¿Qué significa estrenar Juntas somos fuertes en DocsMX?
DocsMX es un festival con un espíritu activista muy claro; es una gran casa para nuestra película. Además, me emociona profundamente que se proyecte en la Ciudad de México, porque en estas funciones podré compartir la película con las personajas que la hicieron posible: con Norma, con Yan, con Las Rosas, con todas las mujeres que estuvieron directa o indirectamente involucradas. Es un momento de reencuentro, de celebración, de reconocimiento.
El festival nos ha arropado con mucho cariño. Se siente en la forma en que nos reciben, en cómo acompañan el proceso, en cómo entienden el valor de estas historias. Para mí, estar en DocsMX con esta película es profundamente significativo.

Juntas somos fuertes (México, 2025). Dirección y guión: Tania Claudia Castillo. Producción: Carlos Hernández Vázquez, Tania Claudia Castillo, Miguel Ángel Sánchez, Gabriela Gavica. Fotografía: Sheila Altamirano, Selina Rodríguez. Edición: Tania Claudia Castillo. Sonido: Diana Ivette Gutiérrez Rocha, Liliana Villaseñor, Andrea Rabasa, Jofre, Eloísa Diez, Karina Franco Villaseñor, María José Villaseñor. Diseño sonoro: Valeria Mancheva.