Después de haber hurgado los claroscuros de las parejas estadounidenses en Non Western, ahora Plancarte se asoma a las zonas rurales del estado de Hidalgo, en México, y conoce a Malena, una “fuerza de la naturaleza” llena de energía y pendientes, que en un coming of age de la mediana edad busca formas reinventarse como persona.
Sueño mexicano ha participado en festivales como el Heartland USA 2024, Internacional de Lima PUCP 2024, DocsBarcelona 2024, donde mereció el premio a Mejor Película, Hot Docs 2024 y el Festival Internacional de Cine de Morelia 2023. Ahora estrenará en salas mexicanas. Y esto nos dio la oportunidad de conversar con Laura Plancarte.
¿Cómo conoces a Male y descubres que puede ser materia para un documental?
A Male la busqué de manera muy propositiva. Terminé Non Western en Estados Unidos y acabé cansada del machismo. Pensé que quería hacer una película en México, protagonizada por una mujer, que rompa con cómo somos retratadas las mujeres mexicanas. Les pedí a diferentes chicas que avisaran a sus contactos, que una amiga cineasta quería entrevistarlas. Conocí a mujeres de todo el país, pero cuando conocí a Male me pareció una fuerza de la naturaleza. Desde nuestra primera conversación me quedó claro que ella era la mujer que estaba buscando. Le dije que me interesaba que trabajáramos juntas en una película. Hablábamos lunes, miércoles y viernes. Le gustó tener un espacio donde se sentía escuchada, me decía que yo era su terapia. Yo trataba de quedarme callada, solamente hacía ciertas preguntas para conocerla. Y Male se escuchó a sí misma y empezó a tomar decisiones y a cambiar cosas. Yo pensé que podríamos hacer una película. Como era pandemia le mandé un teléfono y ella se empezó a autofilmar.
Cuando Male se integra al grupo de mujeres que buscan la fertilización in vitro, Sueño mexicano se convierte en un tratado de mujeres maduras. Ellas hablan sobre sus hijos, sobre el trato que tienen con sus parejas. Seguimos sus reflexiones respecto a sus vidas.
No soy madre, entonces me someto a un mundo desconocido que me interesa explorar. Lo que le ocurrió a Male al oírse hablar, es lo mismo que yo hago al acercarme a estas mujeres, para entender qué hay detrás de sus ganas de ser madres, cuando tienen que vivir una serie de tratamientos y lo que implica emocionalmente, lo que van a sufrir sus cuerpo. Creo que la película es terapéutica porque mi trabajo siempre será hacer estas preguntas existenciales, y acompañarme en el cine con gente real.
Male es imprevisible, hay muchos cambios en su historia. Primero quiere ser madre, después quiere recuperar a sus hijos; quiere seguir con la pareja, después no. Como documentalista, seguir estos giros debe significar un reto.
Nuestro proceso inicia cuando ella se autofilma. Después yo la filmaba y así trabajamos dos años. Yo nunca me he considerado documentalista: como vengo de las artes, siempre me he considerado más creadora. Y empiezo a experimentar sola, a editar el material para hacer un corte y ver cómo se arma la película.
Mientras, Male ya había recuperado la custodia de Jhovani y Fátima. Conocí a Jhovani, que iba a cumplir 15 años. Al principio no quería que lo entrevistara, después se acercó y me dijo que sí quería hablar. Cuando se sienta conmigo, se le empiezan a salir las lágrimas. Ahí me di cuenta que los hijos de Male son muy jóvenes y que su relación es compleja; me dio miedo dónde me estaba metiendo. Entiendes que los hijos aceptan hacer esta película porque su mamá quiere, pero no sabes si ellos quieren y a lo mejor resulta contraproducente para su relación. Entonces reviso el material, siento que no le hace justicia a Male y le propongo: “¿por qué no hacemos un resumen de qué hemos descubierto en estos años de trabajo, y decidimos juntas cómo contar tu historia?”
A Male no le gustó que el material que filmó ya no sería parte de la película, se volvió una súper pro grabando con el teléfono, pero sería coescritora, y a ella y sus hijos les daría la oportunidad de representarse como querían.
A sus hijos les gustó mucho la idea, Fátima fue la primera que se apuntó, quería esta oportunidad para decirle a su mamá muchas cosas no resueltas. Entonces la película se transformó en una puesta en escena con un resumen de sus peripecias. No es una ficción, donde tienes carta en blanco e inventas la historia; está basado en ella. Por eso nunca ves actuando a Male, a su pareja o a sus hijos. Ellos están reviviendo muchas cosas y otras pasan de manera espontánea.
Por ejemplo, esta escena donde discuten por una pizza con su pareja, Edgar, es tremenda. Él tiene momentos amables, otros donde se muestra ríspido. ¿Cómo consigues esas escenas?
Fue trabajo de mucho tiempo. Primero fueron dos años y para la puesta final nos echamos otro más. En realidad convivimos mucho. La pelea de la pizza la vimos antes, en diferentes formas y niveles.
Edgar no es un mal hombre, es producto de una sociedad rural de México, que es semejante a la de muchas partes del mundo. No siente que se está portando de mala manera. Cuida a los hijos de Male, mientras ella sigue trabajando en México. No es un horror de persona, sino el tipo de hombre que corresponde a este contexto.
Malena quiere y odia a su pareja, tiene una relación maltrecha con sus hijos y pareciera que paga los platos rotos de decisiones que tomó hace tiempo. Pero me gusta que propongas mujeres que no siguen los roles de la abnegada o la trasgresora, Male representa a un montón de mujeres que existen en el país.
Male me decía: “Yo perdí mis hijos porque cometí ciertos errores. Asumo mi responsabilidad, pero ahora tengo una nueva pareja y quiero empezar de nuevo”. Es una historia que me rompía los esquemas. Me llamaba la atención que no se mostraba como víctima. Ella asumía los errores que tuvo con sus hijos y sabía que no podía cambiar el pasado, pero sí su presente. Yo veo complejidad en su discurso, es una mujer que toma acción y el cine necesitas acción. Yo quería esta frescura, este retrato de una mujer mexicana que vemos de manera real, cómo va haciéndose dueña de sí misma, a pesar de venir de un contexto rural donde existe un machismo fuerte.
El título Sueño mexicano me parece una ironía con respecto al tópico del “sueño americano”, que habla del éxito económico. ¿Por qué sueño mexicano? ¿Cuál sería el sueño mexicano de Male?
Fue idea de Male. Ella tiene un hermano y una hermana que viven en Estados Unidos. Y me dijo: “Mis hermanos se fueron al sueño americano, pero nunca me ha gustado Estados Unidos. A mí me gusta estar en México, creo que las oportunidades también pueden existir aquí, entonces yo tengo mi sueño mexicano”. Male deja su pueblo para trabajar en la Ciudad de México. La ventaja es que puede regresar cada quince días a estar con su gente. “La desventaja es que gano menos, pero acá vivimos en pesos, no en dólares”. Me pareció una manera original de describirlo.
La película se trata de la identidad de Male como madre, como mujer; de las decisiones que toma. El título viene de ella, pero lo interpreto de manera más metafórica: es el sueño de cómo ella, a través de este recorrido, cambia de ser una mujer presionada a tener otro hijo, a recuperar a sus hijos. “Lo que quiero es yo, ser libre”, le dice a su prima. Y Sueño mexicano es esta metáfora: no ser lo que los demás esperan de mí, sino lo que yo realmente quiero ser.
Sueño mexicano (México, 2023). Dirección: Laura Plancarte. Productor: Laura Plancarte. Compañía productora: LP Films y F&F Partners. Guion: María Magdalena Reyes y Laura Plancarte. Fotografía: Franklin Dow. Edición: Andrea Chignoli. Sonido directo: Andy Hewitson. Diseño sonoro: Odín Acosta y Raould Brand. Música: Pablo Todd y Marc Vicente. Reparto: Edgar Lozano, Carla Islas, Fátima Godoy, Guadalupe Reyes, Eloísa Maya y Maidaly León. Locaciones: Tlahuelilpan, Hidalgo. Ciudad de México.