'María Sabina, mujer espíritu', de Nicolás Echevarría, y el crepúsculo de la chamana

Conocemos a María Sabina, la mujer mazateca, curandera, visionaria, a la que iniciados o famosos visitaban en los rumbos lejanos de Huautla, Oaxaca. Sabemos de sus curaciones y del uso terapéutico y religioso que hacía de los hongos, los niños santos, que alivian al pacientes desde planos físicos hasta mentales, espirituales.

 

Pero el conocimiento que tenemos de María Sabina ha sido sobre todo, pop. Gordon Watson que escribe sobre ella, John Lennon, Aldous Huxley y Walt Disney que acuden a su cabaña para ingerir hongos, ejercicios psicodélicos que la hacen estandarte de muevas formas de acceder a otras formas de conciencia, pero también, de buscar experiencias novedosas, superficiales.

Con su documental, María Sabina, mujer espíritu (1979), Nicolás Echevarría recupera la dignidad, y también celebra el misterio de la curandera de Huautla. Uno de los primeros largometrajes documentales que se exhiben en circuito comercial, y que al paso de las décadas se ha convertido en un clásico. Cine que explora, que reconoce, que comparte las visiones de la chamana sabia y de sus formas de curación, que trascienden el exotismo o la fantasía. Que son, en sí mismas, una forma íntima de indagar en cada persona que acude a la choza de Huautla.

 

María Sabina, mujer espíritu forma parte de la 3ra Muestra de Cine en Lenguas Indígenas, en el mes de octubre dedicado a la medicina tradicional de los pueblos indígenas, y también a propósito del Día Mundial de la Medicina Tradicional, que se conmemora el 22 de octubre.

Nicolás Echevarría recuerda la filmación, las ideas que hubo alrededor de este retrato crepuscular de la chamana oaxaqueña. 

 

¿Cómo es que decide hacer un documental sobre María Sabina?

 Fue un encargo de Bosco Aroche, director del Centro de Producción de Cortometraje (CPC) en esa época. Me lo encargó por los antecedentes que tenía, de haber realizado un par de películas sobre el mundo indígena. La idea original era hacer un cortometraje, pero cuando presenté mi primer corte, que era de hora y 20 minutos, los productores decidieron que podría ser un largometraje documental.

Fue una de las primeras películas documental que se exhibió en salas comerciales en México. En esa época era prácticamente imposible exhibir cine documental en salas comerciales, pero mi película, gracias a que había sido producida por la Secretaría de Gobernación, pudo exhibirse junto con otro largometraje documental sobre Rigo Tovar, los dos producidos en el Centro de Producción de Cortometraje.

En esa época todo el cine era del Estado: productores, exhibidores, distribuidores; hasta mucho tiempo después el cine pasó a ser una colaboración entre el apoyo estatal y el de la iniciativa privada. El Centro de Producción de Cortometraje se dedicaba a hacer propaganda política, pero cuando hicieron productor a Carlos Velo, y más adelante a Bosco, empezaron a producir películas con temas culturales y se empezó a alejar de este ámbito exclusivo de la propaganda política. Yo llegué a la fase más interesante del CPC, cuando empezaron a participar personas como Ripstein, Fons, Ripstein, Cazals, y se hicieron cosas interesantes.

 

María Sabina era un icono de la cultura psicodélica, gente famosa la visitaba, ella misma la cuenta, que llegaban muchos hombres con sus fierros. ¿Cómo se desmarca usted para lograr un documental más serio, digno, un retrato que elude la imagen pop de María Sabina?

María Sabina se hizo famosa gracias, o a pesar, de un artículo en la revista Life, que publicó Robert Gordon Wasson. Como sabía que iba a provocar un escándalo y con el temor de provocar un alud de periodistas y hippies, no publicó su nombre real ni el del pueblo de Huautla. Aun así se supo y de inmediato empezaron a viajar hordas a Huautla, en esta época que existía la literatura de Carlos Castaneda y había esta mirada hacia el mundo indígena como un mundo sabio, en contra del estigma anterior, de pueblos retrasados. 

Yo estudié en el Conservatorio y varias veces comí hongos con María Sabina, era una expedición obligada de los jóvenes en esa época: íbamos en autobús hasta Huautla y participábamos en sus veladas. 

Las primeras veces no profundicé en el tema de los hongos porque ella no hablaba español y las hijas se dedicaban a venderlo en un lugarcito que sale en mi película; no existía una velada propiamente dicha, sólo comíamos los hombros, teníamos la experiencia y ella se iba a dormir y nos dejaba alucinando, salvo que algunos tuviera un mal viaje, entonces ella regresaba y nos cantaba un poquito. 

Cuando fui a filmarla, por primera vez la vi actuar con indígenas. Entonces entendí de qué se trataba su técnica para interiorizarse ayudar a sus pacientes a resolver sus problemas, que tenían que ver con asuntos del alma o del cuerpo. Era una terapia intensiva que duraba una noche completa: ella empezaba con interrogatorios y te ayudaba a interiorizarte y a llegar al fondo de tus problemas, la terapia se sincronizaba con un vómito que sale en la película; hay una sincronización con la cuestión de sacarlo todo físicamente, y ella lo dice en la película: “cuando el paciente no puede vomitar, yo vomito por él”, para mí es de las partes más interesantes de la película.

 

Hay mucho debate sobre qué tanto debe ser el documentalista un actor o un ente omnisciente con respecto a la historia que filma, ¿qué postura tomaba usted con respecto a María Sabina?

 A decir verdad, yo me convertí en María Sabina. Incluso el narrador es una voz masculina y no tengo empacho en decir que hay mucho de lo que yo pensaba y quería escuchar de ella. Fue importante la participación de Álvaro Estrada, quien escribió un libro maravilloso sobre María Sabina, él me ayudó a entender.

Yo no hablaba mazateco, filmé sin entender lo que ella estaba diciendo, en la mesa de edición invité a Álvaro y él me iba diciendo, gracias a este traductor entendí lo que estaba pasando.

Fue un proceso interesante: yo tenía muy claro desde un principio que si no filmaba una sesión de hongos era inútil hacer la película, porque el alma de la película estaba en verla actuar como chamana, como mujer sabia, ayudando a su gente, a superar un problema.  Es interesante cómo en la medida que se va produciendo el efecto del hongo, estas dos personalidades, la de la chamana y el paciente, se van entendiendo hasta que llega el punto donde se apagan las velas y en la obscuridad, tanto ella como el paciente participan de ese mundo interior y empiezan las alucinaciones.

 

 

¿A usted le gustaría tener una versión subtitulada  de esta película, o le gusta así como existe, que de alguna manera le da un misterio que no entendamos lo que dice María Sabina?

Ella habla en su lengua y yo no, subtítulo solamente las partes donde el traductor no entendía lo que estaba diciendo, porque hablaban muy bajito. El traductor además era mazateco, entonces decidí en esas partes no subtitular. No cambiaría nada de eso, generalmente cuando termino un película no me gusta volverla a ver, me meto en otro tema, pero aunque tuve la oportunidad de reeditarla decidí no tocarla, es como meterme con otro yo, entonces estaba muy joven y pensaba de otra manera. Por respeto a ese otro cineasta decidí no tocar la película.

 Pero además, esta película es totalmente anti antropológica, o antietnográfica, digamos que yo participé y le pedí a María Sabina algunas cosas como subir al monte, recoger hongos; hay una participación del director porque yo quería reproducir algunas escenas y ella aceptó realizar estas cosas.

No puedo negar que la presencia de la cámara influye en su comportamiento, pero siento que haber documentado estas actividades es mejor que no haberlo hecho, aunque tenga algo de ficción, si se puede llamar así.

Hay que tomar en cuenta otra cosa: cuando yo filmé esta película, María Sabina tenía 80 años, murió a los 85, cinco años después. Entonces retraté no a la María Sabina que documenta Gordon Watson, la mujer de una fuerza extraordinaria. En mi película sus cantos son de una mujer cansada, ya no tenía tantas actividades como curandera, pero es mejor haber documentado esa manera ya cansada, anciana, y la película tiene ese mismo ritmo. 

Cuando escuchas las grabaciones de Gordon Watson, son maravillosas la energía y los cantos, pero ella es la María Sabina que me tocó.

 

María Sabina, mujer espíritu. Dir, Nicolás Echevarría

 

¿Usted cree que una película como María Sabina, mujer espíritu, lega algo al trabajo documental de los pueblos originarios que se está haciendo en la actualidad?

No soy ni antropólogo ni etnólogo, mi mirada siempre fue de un cineasta. De hecho, mi primera película, Judea: semana santa entre los coras, fue muy criticada porque agregué música electrónica; esa combinación les pareció una herejía. En el caso de María Sabina, o del documental del Niño Fidencio, tienen una mirada muy personal sobre un personaje que yo admiro, o de un ritual que admiro, pero nunca ha pretendido ser una mirada objetiva, al contrario, siempre he querido darle un sello personal a lo que hago y yo creo que eso es importante. 

Ahora he estado en contacto con muchos documentalistas, dirigí durante diez años el doctorado de  Guadalajara y pasaron por ahí todos los que ahora están haciendo grandes documentales en México. Siempre me interesó apoyar, tanto como maestro en Docu Lab, en CCC, en el CUEC. He sido tutor de varias películas de indígenas que hacen cine sobre su pueblo y es una maravilla, porque siempre va a mantener el punto de vista del cineasta, el sello del director; en la medida que esto sea más claro para mí es más respetable.

 Yo no sé si la mejor manera de retratar un rito o un personaje es tratando de ser objetivo. Creo que es mucho más sincero tratar de transmitir la propia mirada, el aprendizaje, en todo caso.

María Sabina, mujer espíritu (México, 1978). Dirección: Nicolás Echevarría. Producción: Centro de Producción de Cortometraje (CPC), Estudios Churubusco Azteca, RTC. Fotografía: Nicolás Echevarría. Música: Mario Lavista. Diálogos: Álvaro Estrada. Voz: Andrés Henestrosa.