Soy Frankelda: el (re)nacimiento del stop motion mexicano

En un país donde las narrativas live-action dominan la pantalla, los hermanos Arturo y Roy Ambriz decidieron apostar por algo que parecía imposible: construir mundos fantásticos cuadro por cuadro. Soy Frankelda no solo representa uno de los proyectos más ambiciosos de animación mexicana reciente, sino también la consolidación de un lenguaje propio dentro del stop motion nacional.
 

“La animación es como un caballo de Troya: entra suave, pero deja huella”

 

“Desde niños, lo que más nos ha gustado es el arte”, recuerda Arturo. Entre museos, teatro e incluso la ópera han crecido el bagaje para inventar sus historias, cosa que se reforzó con su paso por la carrera de cine. Esta trayectoria los llevó a descubrir una técnica que condensaba todas las disciplinas que amaban: escultura, pintura, escritura, música y cinematografía. Así llegó el stop motion, que a sus palabras es “una técnica total” y además, ofrecía libertad frente a las limitaciones del rodaje tradicional.

Para ambos, hacer cine de fantasía en México es casi un acto de resistencia. “Aquí hay un estigma: si no haces realismo o comentario social, parece que no haces cine serio”, dicen. Pero en Soy Frankelda apostaron por lo contrario: demostrar que la fantasía también puede ser política. “La animación es como un caballo de Troya: entra suave, pero deja huella”.

 

 

Esta huella proviene en gran parte de su protagonista: Francisca Imelda, una mujer del siglo XIX que busca escribir en un mundo que no la deja hacerlo y nace de la propia frustración creativa de los directores y del deseo de imaginar qué habría pasado si una Mary Shelley mexicana hubiera intentado publicar sus cuentos. En palabras de los Ambriz, “Frankelda encarna el espíritu mexicano de querer contar historias a pesar de todo”.
 

“Nos dimos cuenta de que ahí nos queremos quedar, en ese pequeño universo donde cada movimiento es un acto de fe y cada cuadro, una obra de arte”.

 

La película no solo destaca por su narrativa, sino por la profundidad simbólica de su universo. Influenciados por la mitología, Tolkien, la mexicanidad y la filosofía, los hermanos construyeron un Topus Terrentus lleno de reglas, culturas y símbolos propios. “Queríamos un mundo que se sintiera ancestral, que existiera mucho antes de que llegara Frankelda”.

En esa búsqueda estética, lo mexicano aparece no como referencia folclórica sino como esencia barroca: texturas, saturación y color. “Somos maximalistas, churriguerescos. Menos es menos y más es más”, bromean. Soy Frankelda se aleja del minimalismo contemporáneo y explota en tonos vibrantes: Azul, azul, azul, como su protagonista.


 

“Hemos ido armando un universo compartido, tejido con referencias creativas, chistes locales, personajes random de obras que vimos a los nueve años y que seguimos parafraseando hasta hoy.”


 

 

El diseño de producción corrió a cargo de Ana Coronilla y Bruce Zick, quienes ayudaron a dar forma al mundo de los sustos, inspirado tanto en Gaudí como en las esculturas del Museo de Antropología. Todo se construyó manualmente: vestuarios inspirados en Klimt, maquetas, utilería y sets en miniatura.

La música, compuesta junto a Kevin Smithers, y las voces de actores como Mireya Mendoza y Arturo Mercado Jr. completan la experiencia sensorial. “Queríamos que los monstruos cantaran desde el alma, como en una ópera”, dicen los directores, quienes defienden el sentimentalismo como una virtud frente al cinismo moderno.

 


“Todo este universo vocal y emocional es parte esencial de lo que queríamos construir: un mundo donde los sentimientos no se esconden, se cantan."
 

Guillermo del Toro estuvo involucrado en una gran parte del proceso de creación, sobre todo en la edición y postproducción; para ello, los invitó a Londres y Toronto a presenciar la grabación y mezcla de Frankenstein. “Fue una clase de cine constante”, confiesan. Bajo su guía, Soy Frankelda sumó nuevas secuencias animadas y una remezcla sonora que terminó de consolidar su tono épico y emocional.

 

 

Después de Soy Frankelda, los directores preparan La balada del Fénix, una historia aún más ambiciosa. Su meta, aseguran, no es competir con estudios extranjeros, sino seguir expandiendo el territorio del stop motion mexicano: un cine que se hace con manos, paciencia y sueños.

“Nos dimos cuenta de que ahí nos queremos quedar, en ese pequeño universo donde cada movimiento es un acto de fe y cada cuadro, una obra de arte”.