‘No quiero ser polvo’ de Iván Löwenberg: de cómo Bego habita el fin del mundo

Viene un cambio trascendental para la humanidad. Astrónomos, físicos cuánticos y mediums de todo el mundo están determinando qué efectos tendrá. La Tierra entrará al Cinturón de Fotones, lo que provocará tres días de oscuridad. No habrá luz eléctrica, la temperatura bajará y todos los fenómenos naturales -temblores, tormentas- se van a acentuar. Será un cambio a nivel atómico, celular y espiritual. 

Esta información se la transmiten a Bego en su clase de meditación y ella sufre por la indiferencia con la que la toma su familia: el hijo que sólo piensa en irse del país, el esposo con extenuantes jornadas de trabajo. Bego está en la crisis de la mediana edad, con largos días de soledad y pensamientos desvaídos. Pero ahora tiene una misión extraordinaria: revelarle a todo mundo sobre este fin del mundo que cambiará de manera drástica sus vidas.

En el segudo largometraje de Iván Löwenberg, No quiero ser polvo, una mujer de la mediana edad encuentra algún propósito en su vida, desde las revelaciones cósmicas que se comparten en su comunidad new age. No quiero ser polvo parte de la comedia y la melancolía, para abismarse a un Apocalipsis que nos compete a todos: a quienes no creemos en él, a quienes lo asumen como una forma íntima y fervorosa de habitar el fin del mundo. 

No quiero ser polvo, coproducción argentina y mexicana, inició su recorrido en el Festival Internacional de Cine de El Cairo y pronto participará en dos festivales mexicanos: la séptima edición de Black Canvas Festival de Cine Contemporáneo, y la edición 19 de ficmonterrey.

Platicamos con Ivan Löwenberg sobre este ejercicio que, desde el humor y la empatía, merodea la verdadera trascendencia: la que ocurre en el interior de uno mismo. 

 

No quiero ser polvo está basada en una historia real, que involucró a tu madre en los años noventa. La historia existió, pero luego viene la alquimia del creador. ¿Cómo recreas aquello que vivieron en la realidad? 

Sucedió en el 93 o 94, yo tenía unos ocho años. Mis padres iban a un grupo de meditación, coincidió con el inicio del acceso a Internet. En esa escuela surgió la idea de los "tres días de oscuridad". Mis padres lo compraron por completo. Se volvieron sus portavoces ante la familia y amigos cercanos. Obviamente, ese día nunca llegó y luego cambiaron la retórica; la escuela de meditación quebró y todos perdieron su credibilidad. 

Hacia 2010 regresó a Internet lo de estos días de oscuridad. Había personas entusiasmadas por estas teorías del fin del mundo. Creo que a veces tenemos tanto miedo y nos sentimos tan insignificantes, que estas teorías nos brindan cierta certeza. Me preguntaba: ¿Qué los puede motivar? Y pensé que tenía que abordarlo.

 

Tu protagonista Bego es una mujer de la mediana edad, con esto que llaman el “síndrome del nido vacío”: su hijo no le hace caso, su esposo quizá la engaña. Incluso, Bego es un personaje que vemos poco en el centro de las historia, ¿cómo llegaste a esta decisión?

En aquella historia, mi mamá fue quien más organizó meditaciones para elevar la energía. Después se volvió escéptica. Todavía se dedica a lo mismo, pero ya no lo toma como un culto, lo vive de manera personal y sin fanatismo. Pensé adaptar esto a una situación común en las mamás de mi generación, que dedicaron mucho tiempo a la familia y luego ven a sus hijos crecer y alejarse. 

Bego es un personaje muy vulnerable, que puede caer fácilmente en ciertas trampas: los hijos están lejos, no hay química con el marido y está confrontada a diario con su soledad. Estas cosas te brindan oportunidades para aferrarte a una verdad que puede emocionarte. Por eso la gente decide creer, porque le da un empuje a su vida. 

 

No quiero ser polvo. Dir. Iván Löwenberg

 

Haces un juego de géneros interesante. Inicias con la comedia, una sátira de los grupos new age, con los fraudes de Xóchitl y Richard; eso puede ser muy divertido, pero me asombró el último tercio, cuando la película llega a terrenos incluso místicos y le das a Bego la oportunidad de redimirse. 

Para mí el uso de la comedia era un intento de conectar con los deseos del personaje, verla vulnerable pero con cierta gracia. Siempre me ha gustado el humor y es mi forma de lidiar con las incertidumbres. El humor me ayuda a enfrentar los problemas densos de la vida, y también es como mi mamá lo enfrenta de manera natural. Viene de manera innata, personal, es la forma en que uno puede conectar con el personaje.

Hacia el final, sin embargo, sí son temas que me preocupan, no tengo la certeza de si ciertas cosas sucederán o no. Quería que el personaje tuviera una validación, pero que proviniera de su propia experiencia. Ella se da cuenta de que está haciendo esto por su propia vida y para validarse a sí misma, sin necesidad de un público más allá de ella misma. Es esa paz consigo misma, algo que nunca había experimentado, esa paz de creer en su propia realidad.

 

¿Cómo ocurrió que tu madre, Bego Sáenz, fuera la protagonista de esta película?

Resultó bastante sencillo, mucho más de lo imaginábamos. 

Escribí el guion hace diez años en el FONCA, y al final nos pidieron grabar algunas escenas, así que le pregunté a mi mamá si quería participar. Ya había tenido una experiencia anterior con ella en la universidad, en un ejercicio de improvisación. Cuando presentamos las escenas, varios espectadores elogiaron su actuación, lo que sembró la idea de que podía ser una opción.

A lo largo de los años la producción fue cambiando. En algún momento hubo una posible coproducción canadiense. Para que se involucraran necesitábamos nombres atractivos en el elenco y nunca mencioné que tenía a mi mamá en la mente para el papel. 

El socio canadiense se retiró y llegaron los coproductores argentinos, ellos me pidieron que hiciera más pruebas con mi mamá. Grabamos las pruebas y a los argentinos les encantaron. Así formalizamos la idea de mi mamá como la actriz principal.

¿Cómo se preparó Bego para interpretar su papel?

Mi mamá tuvo un taller intensivo Keyla Wood, quien le enseñó cómo memorizar las escenas, así como las dinámicas básicas del set. Empezamos con las escenas en las que ella actuaba sola, luego los momentos donde actúa junto a mí, para que se sintiera cómoda en las primeras réplicas. Luego incorporamos al resto de los actores. Parecía como si ella hubiera estado en la actuación durante varios años; no le daba pena en absoluto.

Cuando logró llorar en uno de los ensayos con Keyla, ganó la confianza necesaria. Después de eso, en el set, cada vez que había una escena triste, decía: “¿No crees que sería apropiado llorar en esta escena?” Le respondía: “Mamá: no puedes estar llorando en todas las escenas”. La mayoría de las escenas fluían de manera natural. Entendió muy bien la dinámica y captó lo que quería transmitir. 

En algún momento tuvo un pequeño desacuerdo en cuanto al vestuario, entonces pensé: “Ya es una actriz, ¿qué actriz no tiene diferencias creativas con el vestuario?” En las presentaciones que tuvimos en España, Egipto y Estados Unidos, todos pensaron que era una actriz con una larga carrera. Creo que logramos el resultado que esperábamos.

 

No quiero ser polvo, Dir. Iván Löwenberg

 

Filmaron en tiempos de la pandemia, en un ambiente semejante al de los Tres días de oscuridad. ¿Cómo influyó para la ambientación de tu historia?

Antes de filmar y mientras repasábamos detalles con Celia Galván, la diseñadora de producción, mis referencias eran lo que ocurrió en los noventa. Pero cuando comenzó la pandemia y hubo esas despensas absurdas que uno compró, conectaban con lo que viví en los noventa. Esto ayudó para que el resto del crew comprendiera lo que estábamos creando. No sólo era el personaje, también lo que estábamos experimentado. Con la pandemia hubo una gran cantidad de teorías y uno no sabía en cuál creer. Nos ayudó a estar en sintonía creativa y emocional. Experimentábamos la sensación de que un posible fin del mundo nos rodeaba.

El presupuesto era bastante limitado. Aunque estas limitaciones eran un desafío, también fueron un catalizador creativo. Fuimos muy precisos en nuestro plan de rodaje: solo teníamos 15 días para filmar. El crew trabajó en una excelente armonía. 

La pandemia, aunque difícil, nos llevó a una dinámica muy particular, y esta experiencia de vida quedará marcada en mí, y creo que en muchos del equipo y el elenco también.

 

No se celebra la pandemia, pero sí permitió que las circunstancias fluyeran de manera diferente.

En esta cuestión en particular la gente fue muy generosa, muchos proveedores me facilitaron equipos que en mi vida hubiera rentar, a veces por una cantidad simbólica. Había mucha buena voluntad, no sé si debido a las circunstancias, una gran disposición para hacer posible el rodaje.

 

¿Cómo fue la colaboracción entre México y Argentina?

Digamos que en Imcine están enterados de mis quejas. La verdad es que me han tratado muy bien, pero hay cosas que a veces escapan de la logística. Fueron unos nueve rechazos de los fondos, tanto de Fidecine, Foprocine y luego Eficine Producción, no se logró el financiamiento porque no le gustaba al jurado, o cuando sí gustaba, un documento no abrió; detalles así. 

Primero intenté financiarla con Canadá y luego con Argentina. Me buscaron después de que tuve apoyo del Imcine para ir al Marché du film. Les mandé el guion y les gustó mucho. Ellos sí recibieron el apoyo del INCAA para la producción. 

El Eficine llegó para la postproducción. Nos faltaban los deliveries, algunos efectos visuales y dos o tres correcciones técnicas. La mayor parte de la postproducción se hizo en Argentina y hay tres actrices argentinas, pero dos de ellas salen con acento mexicano. 

Es una película mexicana porque el rodaje se hizo acá. El dinero del INCAA facilitó la postproducción y parte del rodaje, me pagaron una porción del guion que me sirvió para cubrir gastos como catering y otros detalles. Decidí, de manera simbólica, que el logo del INCAA fuera el primero, porque sin mis coproductores argentinos la película simplemente no habría existido. 

Mis dos coproductores, Nicolás Münzel Camaño y FacundoEscudero Salinas, son de los mejores productores que he conocido. Siempre estuvieron comprometidos y solucionaron en todo momento. Ya estamos trabajando en la próxima película, lo cual es emocionante.

No quiero ser polvo (Argentina-México, 2022). Dirección y guión: Iván Löwenberg. Casas productoras: LO GO Producciones (Mex), Pensilvania Films (Arg). Productores: Iván Löwenberg, Nicolás Münzel Camaño, Facundo Escudero Salinas, Elsa Reyes, Ricardo Goria Tamer, Aída Herrerías. Productores ejecutivos: Iván Löwenberg, Nicolás Münzel Camaño. Coproductores: Pierrot Films, Anomia Contenidos, CECC Pedregal, Zensky Cine, Brigada, LCI seguros. Director de fotografía: Rodrigo Calderón García. Editor: Damián Tetelbaum. Vestuario, maquillaje y peinados: Mariana León, Petter Zahn. Director de sonido (post): Gaspar Scheuer. Música original: Nicolás Deluca. Elenco: Bego Sainz, Anahí Allüe, Eduardo Azuri, Agustina Quinci, J.C. Montes-Roldán, Mariana León, Mónika Rojas, Rodrigo Cuevas, Gerardo Monzalvo, Luis Felipe Castellanos, Manuel Poncelis, Romina Coccio, Ilse Miranda.