La reserva, película de Pablo Pérez Lombardini, inicia en el misterio, merodea el thriller y la denuncia, y culmina en tono de tragedia. Julia se propone como uno de los personajes más poderosos del más reciente cine mexicano. Valiente, obstinada, persiste en el cuidado de su entorno, aun contra todos los avisos de la violencia. Podría perder todo, menos la dignidad.
Con apoyos de FOCINE y EFICINE Producción, y filmada en la Reserva de la Biósfera El Triunfo, en Montecristo de Guerrero, Chiapas, La reserva es de las grandes propuestas que se presentan en la sección Largometraje mexicano del 23° Festival Internacional de Cine de Morelia. Compartimos la charla que tuvimos con su director.
La reserva es una ficción, pero da la impresión de que parte de una historia real. ¿Cuál fue el germen de esta historia?
Surgió a partir de un reporte que leí sobre México, como uno de los países donde más defensores ambientales pierden la vida cada año, por proteger causas ecológicas. Pensé que era un tema que debía abordarse desde el cine y consideré que la estructura dramática más adecuada era la tragedia. Investigué en comunidades chiapanecas, donde tomé elementos que le dieron autenticidad a la historia. Una anécdota fue decisiva: un guardabosques me contó que uno de sus campamentos fue invadido por un grupo de personas humildes que, a su vez, habían sido desposeídas anteriormente. Ese conflicto resumía la complejidad del tema. Decidí construir la historia y el guion desde ahí.
La reserva trata del despojo y la defensa del territorio. Pero analizas la trama y aparece otro tema poderoso: la dificultad de crear una defensa colectiva. ¿Cómo trabajaste esta idea?
La defensa del territorio es un proceso complejo. Quizá su mayor dificultad está en nuestra incapacidad para organizarnos. Ya sea en comunidades pequeñas o grandes, la alternativa que tenemos radica en reconstruir el tejido social, fortalecer el sentido de comunidad y enfrentar las amenazas de manera colectiva.
El problema con muchos defensores ambientales es que suelen quedar aislados, como un David enfrentando a Goliat, lo que los vuelve vulnerables. Por eso pienso que el antídoto está en encontrar, pese a todas las dificultades, formas de reforzar la comunidad y de aprender a ponernos de acuerdo, en la búsqueda de objetivos comunes. Claro, es un trabajo enorme, pero es una tarea que tenemos por delante.
Julia encarna un personaje trágico, en el sentido más clásico del término. ¿Cómo fue el proceso de construirla?
Construí a Julia a partir de los defensores ambientales. Muchos de ellos, en algún punto de su lucha, son conscientes de que continuar puede costarles la vida, y aun así siguen. Prefieren arriesgarlo todo, antes que permitir injusticias. Esa convicción los convierte en figuras trágicas, como los héroes de la tragedia griega: personas que se enfrentan fuerzas más grandes que ellas, pero que no renuncian a sus principios.
Se dice que la tragedia ya no existe en los tiempos modernos, pero en nuestro contexto latinoamericano sigue vigente, en especial en las luchas por la defensa ambiental. Julia representa eso: no es un personaje perfecto, tiene defectos, contradicciones, pero nunca pierde su dignidad ni busca arrebatársela a otros, incluso en medio de un conflicto que no es ni blanco ni negro.
Arthur Miller dice que el héroe trágico lo pierde todo, excepto su dignidad. Esa idea me hizo mucho sentido y fue clave para comprender y estructurar mejor la historia.
La mayoría de quienes actúan en La reserva son actores naturales. ¿Cómo llegaste a ellos?
El elenco está compuesto por actores no profesionales. Carolina Guzmán iba a ser mi acompañante durante la investigación de campo en la región donde planeaba desarrollar la película. Pero al conocerla y escuchar su historia, supe que ella debía ser la protagonista. Fue un hallazgo fortuito.
Al verla conmigo, los habitantes de la biosfera me abrieron sus puertas y su confianza. Entrevisté a cerca de cien personas y seleccioné unas treinta para la película. Después organizamos dos talleres actorales, de una semana cada uno, con la maestra Tania Olhovich.
Durante esos talleres construimos los lazos de confianza necesarios para filmar. Al mismo tiempo, reescribimos el guion con lo que aportaban los participantes. El elenco se formó desde la escucha, la confianza y una comprensión clara de nuestras intenciones: hacer una película auténtica, que nacía de la comunidad misma.
¿Por qué trabajaste la película en blanco y negro?
El blanco y negro permite ver las cosas con ojos nuevos. Además, nos ayudó a homogeneizar los espacios donde filmaríamos, sin necesidad de intervenirlos demasiado. La paleta de color de esas comunidades no era armoniosa, pero al verlas en blanco y negro, los lugares se volvían más interesantes y visualmente coherentes, adquiriendo una unidad estética muy agradable.
También pensé en la música desde las primeras etapas del proyecto y sentí que al combinar el blanco y negro con la banda sonora, el relato podía elevarse a un nivel más poético, alejándose del naturalismo. Con esta decisión estética algunos elementos atemporales de la historia se realzaban.
Al principio, algunos colaboradores fueron escépticos; lamentaban perder los colores del entorno. Sin embargo, con el tiempo entendieron que esta elección no solo tenía sentido, sino que era la más adecuada para la película que queríamos hacer.
La parte más importante del rodaje ocurre en Montecristo de Guerrero, dentro de la Reserva de la Biósfera El Triunfo. ¿Cómo fue la experiencia de filmar ahí?
Todo comenzó pidiendo permiso en asambleas ejidales. Después, lo más importante fue regresar varias veces. Eso marca una diferencia en las comunidades, porque la gente está acostumbrada a que llegan foráneos, prometen mucho y nunca vuelven.
Al cumplir nuestra palabra se generó confianza y hasta amistad. Filmamos con un equipo pequeño, sin grandes camiones ni producciones aparatosas, para entonces ya existía una base sólida de respeto y cercanía. Casi todo el equipo principal, como el fotógrafo, la diseñadora de producción, el vestuarista, el asistente de dirección y el productor, ya habían estado ahí antes, lo que reforzó los lazos con la comunidad.
En el cine suele debatirse sobre documental versus ficción, igual que en la literatura entre la no ficción y la novela. En tu caso, abordas un tema que podría haberse tratado desde el documental, pero optas por la ficción. ¿Por qué decidiste contarlo desde ese enfoque,?
Desde el principio supe que hacer un documental implicaría desafíos éticos y de seguridad complejos. Aunque la ficción también conlleva dilemas éticos, ofrece una libertad mayor para explorar el tema con profundidad.
Como el enfoque estaba en el viaje interno de una defensora ambiental, queríamos evitar las limitaciones del documental y permitirnos una mirada más libre y poética. Aunque sí trabajamos con elementos de la realidad, pero dentro de una estructura narrativa de ficción.
Esa mezcla nos permitió dar forma y sentido a situaciones que, en la vida real, son caóticas o difíciles de representar. En ese sentido, la ficción se convirtió en una herramienta para ordenar lo real y generar consenso alrededor de una historia que, aunque inspirada en hechos verdaderos, busca una verdad más emocional que literal.
La reserva se presentará en Morelia. ¿Qué te parece que sea ahí donde se proyecte? ¿qué esperas de esta experiencia en el Festival de Cine de Morelia?
El primer lugar donde la película se proyectó fue en las comunidades donde filmamos. Era importante contar con su visto bueno. Incluso nos señalaron algunos aspectos que querían que ajustáramos por razones de seguridad, y lo hicimos.
Después participamos en Telluride, Colorado. Fue valioso mostrar una película mexicana en Estados Unidos, especialmente por el contexto político que vivimos. Ahora, con el estreno nacional en Morelia, estoy muy emocionado. Este festival ha sido clave en mi carrera cinematográfica, desde mis primeros cortometrajes. El año pasado, además, ganamos algunos premios en Impulso Morelia, una herramienta fantástica para los cineastas mexicanos.
Me siento agradecido de proyectar ahí la película. Será la primera vez que se muestre a un público mexicano que no estuvo involucrado en el rodaje, más allá de las comunidades donde filmamos.
La reserva (México, 2025). Director y guion: Pablo Pérez Lombardini. Producción: Liliana Pardo y Pablo Pérez Lombardini. Compañía productora: Pikila. Cinefotografía: Moritz Tessendorf. Diseño de producción: Selva Tulián. Música: YOM. Sonido: Fernando Hurtado. Edición: Florian Seufert. Reparto: Carolina Guzmán, Abel Aguilar, Verónica Ángel Pérez, Corina Paola Pérez.